Si la intervención de la biología en el psicoanálisis es enigmática, mucho más lo es la muerte: llega a ocupar el núcleo de la cosmovisión freudiana, pero está excluida de la escena del inconsciente, ya que sólo accedemos a un presentimiento de nuestra propia finitud por la identificación ambivalente con la persona querida, cuya muerte tememos y deseamos. Vida y muerte están presentes en el seno mismo del dominio psíquico, puesto que allí se hacen representar bajo la forma de una transposición: la de la sexualidad, el yo, el sadomasoquismo. En la sexualidad humana, lo biológico –el instinto– se «descualifica» y se pierde en la pulsión, que lo desplaza apuntalándose en él. Es precisamente la noción de «apuntalamiento» la herramienta apropiada para considerar las relaciones entre psicoanálisis y orden vital. En cuanto al yo, su función de ligar energía hace de él una transposición de la forma estable de lo vivo. Y si frente al yo la pulsión de muerte representa el puro movimiento de la negatividad, si la muerte reaparece en el inconsciente «acaso como su lógica más radical aunque, a la vez, la más estéril (…) es la vida la que cristaliza los primeros objetos a que se adhiere el deseo».