En el panorama político contemporáneo, donde el Estado-nación aún domina, el migrante es el acusado: de estar fuera de lugar, de ocupar el lugar de otros. Sin embargo, no existe ningún derecho sobre el territorio que pueda justificar la política soberanista del rechazo.
En una ética que apunta a la justicia global, Donatella Di Cesare, con claridad conceptual y un andar por momentos narrativo, reflexiona sobre el significado último del migrar.
Habitar y migrar no se oponen, como diría el sentido común, aún preso de los viejos fantasmas del
jus sanguinis y del
jus soli. En cada migrante debe reconocerse, en cambio, la figura del "extranjero residente", el verdadero protagonista del libro.
Atenas, Roma, Jerusalén son los modelos de ciudad examinados, en un magnífico fresco, para interrogarse acerca del tema decisivo y actual de la ciudadanía. En la nueva era de los muros, en un mundo salpicado de campos de internamiento para extranjeros que Europa afirma mantener a sus puertas, Di Cesare sostiene una política de la hospitalidad basada en la separación del lugar en el cual se reside, y propone un nuevo sentido del cohabitar.