El pensamiento de Michel Foucault desorienta: considerado unas veces como el de un filósofo, otras como el de un historiador o un crítico de la cultura, este pensamiento no deja de renovar sus opciones metodológicas, sus campos de investigación y sus herramientas conceptuales. Al tiempo que sorprende por la belleza de su escritura, causa también cierta irritación, pues esta vecindad con la práctica literaria y la exterioridad a la filosofía resultan perturbadoras.¿Qué sucede entonces cuando, en lugar de exigir una identificación, un posicionamiento o una declaración de fidelidad a tal o cual corriente, se toma como guía esa aparente discontinuidad de temas, enfoques e instrumentos? ¿Qué sucede cuando se apuesta a leer, tras la dispersión investigativa, un verdadero pensamiento de lo discontinuo, un trabajo filosófico riguroso y permanentemente reiniciado sobre la exigencia del pensamiento y la problematización de la actualidad? Se trata, pues, de reconstruir la compleja trama de una coherencia marcada y dificultosa, que recorre treinta años de práctica filosófica y nos conmina a intentar, por nuestro lado, esa «ontología crítica de nosotros mismos» de la cual Foucault sigue siendo el ejemplo más notable y conmovedor.