Publicado en Orden de predicadores
El panorama nacional sigue caliente. Bueno, la verdad es que no recuerdo que haya estado frío desde hace mucho tiempo, si acaso en agosto. Me viene a la memoria cuando secuestraron en Irán a Cosme Puerto OP, que fue precisamente en verano. Un amigo mío, que por aquellas épocas trabajaba en una televisión vallisoletana, me dijo que gracias a Dios que habían secuestrado a Cosme, porque así había algo enjundioso de qué hablar. En efecto, los medios de comunicación son un ente que se come todo lo que sea, no importa el qué, sólo el cuándo. De Mario Perniola, un filósofo italiano de primera, acaba de traducirse al español un libro muy sabio, Contra la comunicación. En él dice: “Las pequeñas historias de la estética son más significativas que algo que pretende ser global sólo porque ocupa algunas páginas en la prensa nacional”. Echo un vistazo a la prensa y me da la impresión de que siempre son los mismos, los actores de siempre, que son buenos porque la industria y los medios los elevan sobre otros (lo que supone olvidar a una inmensa mayoría) –ellos siguen pensando en términos metafísicos pedestres: soy bueno en-sí, o mejor dicho, en-mí, olvidando que lo son frente o a costa o gracias a otros–, los politicastros con sus insignificancias cotidianas, los deportistas que pontifican sobre la naturaleza humana. Pero hoy sí he visto una foto nueva, la de la madre de uno de los ecuatorianos asesinados recibiendo el pésame del príncipe, con la mirada perdida. Es ciega, nos dicen los periodistas, como si eso justificase esa mirada alterada. Para mí, la mirada ida sólo quiere decir una cosa, y es que, dado que ya nadie va a devolverle a su hijo, los homenajes, los pésames y las compensaciones económicas, vengan de donde vinieren, las pueden tirar al río, porque esa madre es como Raquel, que llora sin consuelo porque su hijo ya no está. Esa es la novedad, la historia auténtica del “déjenme en paz”.