Publicado en Perfil -Cultura
"Publicado cuatro años después de Intercambio simbólico y la muerte(1976) —la gran obra de Jean Baudrillard sobre los simulacros posmodernos—, La societá dei simulacri del italiano Mario Perniola (Asti, 1941) provocó un estallido de entrevistas, reseñas bibliográficas y comentarios en suplementos culturales, revistas y libros de diversos autores (Dorfles, Vattimo, Esposito, Ferraris y otros). En 1991 se tradujo al griego (como ahora al castellano) y varios de los ensayos se incluyeron en publicaciones colectivas en chino, portugués, francés, alemán y danés. Entre 2003 y 2007 se realizaron tres coloquios sobre el libro, uno de ellos en la Universidade Federal do Pernambuco, Brasil. Conocido en nuestra lengua por El sex appeal de lo inorgánico (1994) y estudios sobre comunicación, Perniola lentamente viene mostrándose como uno de los más interesantes filósofos italianos contemporáneos, tanto por la temática que aborda —estética, medios de comunicación, sexualidad— como por los instrumentos filosóficos del abordaje: una amalgama de Nietzsche, Heidegger, Klossowski, Bataille, Gramsci y Gracián, que no esquiva el diálogo con el marxismo occidental o el situacionismo de Guy Debord. El caso es que La sociedad de los simulacros, a más de treinta años de su publicación, se proyecta como un precursor y vertiginoso análisis del declive (o la crisis) de la concepción moderna del mundo y de la sociedad, una filosofía poshumanista del ascenso de los simulacros políticos y sociales, una estética general del fin de las vanguardias y del arte. Pero el concepto de simulacro en que se centra no coincide con el de Baudrillard. Para éste se trata del modelo de simulación de lo hiperreal —más real que lo real (según sucede en Del rigor de la ciencia, el relato de Borges donde el mapa reemplaza al territorio, o en el film Matrix)—, mientras que en Perniola (que recupera así al Roger Callois de Los juegos y los hombres: la máscara y el vértigo) los simulacros son copias sin original, copias de copias, imágenes indistinguibles de lo real, artificios carentes de prototipos, signos vacíos, y por eso próximos a una experiencia del vacío, Los medios de comunicación contemporáneos constituyen simulacros que no se reconocen como tales y en torno de los cuales debaten iconófilos (quienes creen que entre imagen y original hay una relación estrecha) a iconoclastas (que sostienen lo contrario), pero ambos estarían equivocados: ninguno admite la ausencia de original. Para Perniola, la era de los simulacros mediáticos comienza con las tecnologías de reproducción industrial de la imagen (algo parecido sostiene Baudrillard) y los simulacros del poder con el fin del mito político (fascista, estalinista, maoísta o del New Deal) y de su contrafigura, la Realpolitik (Nixon y Kissinger), El politólogo Zbigniew Brzezinski —consejero de Seguridad Nacional del presidente Carter—, en un conjunto de artículos publicados entre 1971 y 1976, sería el primero en proponer como alternativa a las mitologías y los realismos políticos una teoría de la imagen política (o de un país), que no consiste en la reproducción de la supuesta realidad sino en la relación anímica con acontecimientos que la fortalecen o la debilitan. Por esto la ""revolución tecnotrónica"" de Brzezinski, que señalaría el ingreso a una sociedad posindustrial dominada por la tecnología y la electrónica, no es un mito (que se basa en la fe) ni un símbolo (que necesita el mito) sino una imagen sin original: un simulacro. Por el contrario, con buena o mala conciencia, la política ideológica —Lenin tomando de modelo a los jacobinos— se constituye siempre como la copia de un prototipo, de un original del pasado, aquello que justamente Marx critica en EL dieciocho Brumario de Luis Bonaparte. En este contexto de desrealización, el fin del arte que comienza con el pop art no se da bajo la lógica del simulacro sino como fetiche (en e1 sentido freudiano y marxiano) artístico o antiartístico y como diseño semiótico o informacional. Mientras el primero transforma lo útil en inútil, el segundo hace lo inverso, aunque ya no se trata de estilos artísticos (el último: el informal) ni de diseño (el último: el IBM de los 50) ni de kitsch. En Perniola, lo que convierte en simulacro todo esto es la burocracia cultural, tanto la que se propone administrar los ""bienes artísticos"", que han dejado de existir como la que quiere preservar la identidad popular y sólo produce imágenes que no se diferencian de las difundidas por la publicidad."