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Cuando la verdad es innecesaria

Por Carolina Menéndez Trucco 23 de agosto de 2008

Publicado en La Nación - ADN Cultura

"Desde sus primeros libros, como El sistema de los objetos o Crítica de la economía política del signo , el tan citado De la seducción o el muy controvertido La guerra del Golfo no ha tenido lugar , hasta sus últimos estudios sobre la finitud y el mal, la extensa obra del francés Jean Baudrillard (1929-2007) ha conquistado, gracias a su inquisitiva y premonitoria indagación filosófica, un terreno desconocido. Con el mismo ímpetu también ha podido captar la esencia del orden social en la era del consumo y la reconfiguración del escenario mundial luego de la aparición de los nuevos medios, que el filósofo, sociólogo y crítico de la cultura vio como impúdicas pantallas del simulacro.  Afín a la lingüística estructural de Ferdinand de Saussure, Baudrillard aplicó la teoría del signo a su análisis integral de la sociedad. A lo largo de su carrera intentó tomar distancia de la posmodernidad, a la que por lo común se lo asocia, con el argumento de que aquellos que lo encasillan en esa corriente de pensamiento han comprendido mal su trabajo sobre el traumático período histórico que siguió a la Modernidad. De todas maneras, Baudrillard ha sido -junto a pensadores como Jean-François Lyotard- uno de los íconos más representativos de esa vertiente que ha producido un corte radical en la filosofía.  En El pacto de lucidez o la inteligencia del mal , Jean Baudrillard retoma varios de los temas que ha tratado a lo largo de su trayectoria académica: la teoría acerca de la hiperrealidad; la afinidad insoluble entre el mundo objetivo de las cosas y el mundo subjetivo de la conciencia; el falso fin de la historia tal como plantea Francis Fukuyama; la desaparición de los valores y el agnosticismo reinante; el consumo como la nueva fase estructural de la sociedad y la virtualidad de los acontecimientos cuando son transmitidos en directo, como es el caso de la guerra del Golfo, convertida en espectáculo vivo (principalmente por la CNN), de la que denuncia su carácter espectral.  De esta manera, el filósofo y sociólogo revive capítulo por capítulo, en una especie de continuo, su pensamiento, al tiempo que agrega una nueva vuelta de tuerca a su idea del mal, entendida como una inteligencia secreta de la dualidad. Según Baudrillard, el mal, al igual que la realidad, no tiene una existencia objetiva en el sentido metafísico, sino que se trata más bien de la reversibilidad que amenaza el devenir del universo integral, calladamente y en todo momento.  Aunque en este libro, como en el resto de su obra, Baudrillard cultiva la oscuridad que muchas veces caracteriza al estilo o el lenguaje de los posmodernos, recurrentemente intercala párrafos donde la teoría se ancla en ejemplos, lo que les da a esos pasajes mayor consistencia e incluso más vuelo que a aquellos de mayor abstracción. También recupera el referente cuando especifica que el mal del que habla no es el de la violencia, el del sufrimiento o el de la muerte programada (accidentes todos que suponen la intencionalidad de un sujeto), sino que se trata de un disenso que trabaja por dentro del ""sistema-mundo"" y que desafía su integración con la forma más amenazante: la dualidad.  Para Baudrillard, el mundo puede entenderse como un sistema. Como cualquier sistema, sea mental o técnico, éste tiende a la unicidad, la identidad y la totalidad. Si se sigue su razonamiento, el principio que ordena el ""sistema mundo"" de los últimos siglos está guiado por un único precepto: ""Que todo se vuelva real, visible y transparente"". Aquí es donde, ahora, la balanza puede inclinarse. Si, explica el filósofo, todo lo existente en el mundo se ha revelado y se ha vuelto visible, la sociedad ha encontrado la lucidez absoluta. Pero, por el contrario, si lo visible es una creación ficcional de acuerdo a una presunción colectiva sobre la esencia del mundo, el mal es el que toma la posta: todo lo considerado verdadero no es más que una simulación. Esto deja al mundo sin verdad, pero, además, sin la posibilidad de alcanzarla alguna vez ya que, equivocadamente, cree haberla obtenido.  En los apartados en que el analista retoma su noción acerca de la hiperrealidad, ocurre algo parecido: los ejemplos clarifican la teoría. Cuando Baudrillard vaticina que el principio de representación en la ""era del simulacro"" se ha eclipsado, lo dice porque el sustento de todo universo simbólico es la distancia que existe entre lo real y lo representado. Ahora bien: cuando esta distancia desaparece porque el signo, en vez de remitir a algún objeto externo o a algún otro signo, remite a sí mismo (es el caso del sistema financiero, en donde el dinero remite al dinero mismo) no hay representación posible.  Algo similar ocurre con el resto de los aspectos de la vida: las imágenes publicitarias, por ejemplo, son más reales de lo que realmente son gracias al retoque que permite la tecnología; el espacio de interactividad de los nuevos medios simulan un espacio común que no existe. En consecuencia, lo que queda es una virtualidad sin ningún asidero en la experiencia.  Jean Baudrillard dedica varios apartados a desglosar su noción de hiperrealidad, pero a la teoría ya difundida -por algunos considerada casi un clisé-, agrega que desde hace un tiempo se viene dando un fenómeno distinto: en vez de aceptarse automáticamente los estímulos simulados, esa realidad virtual se cuestiona, se intenta destruir, aunque, simultánea y paradójicamente, se sigan admitiendo.  La contradicción es clara: ¿cómo puede aceptarse como real, y al mismo tiempo cuestionarse, un elemento del cual se conoce su origen simulado? Saber que un objeto no está allí no implica desconocer su naturaleza, que tiene sus bases en las experiencias previas alojadas en la memoria. Por lo tanto, se puede concluir que por ficcional que sea la escena de una película pornográfica -como ejemplifica Baudrillard- no por eso dejará de ser estimulante, ni por simulada digitalmente que esté una fotografía carecerá de belleza.  Aunque el pensamiento de Baudrillard por momentos vuela en exceso, siempre termina por volver a su cauce, aterrizar y responder a la contradicción que él mismo creó: ""Un mundo a tal punto real, hiperreal, operativo y programado, ya no necesita ser verdadero""."

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