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Deseo y decepción

Por Luis Diego Fernández 6 de mayo de 2012

Publicado en Diario Perfil - Cultura

"Si desearan el mundo que investigan, los filósofos temerían perder de vista el patrón, la coherencia, la verdad generalizada y regular. Por eso el deseo fue, muchas veces, la marca de la desesperación filosófica, la falta de orden, la náusea necesaria del apetito, y considerado peligroso. El deseo humano expresa la relación del sujeto con aquello que él no es, con lo diferente, lo extraño, nuevo y esperado. La satisfacción del deseo es la transformación de la diferencia en identidad: el descubrimiento de que lo extraño y lo nuevo es conocido.” Esto dice Judith Butler al comienzo de Sujetos del deseo, el primer libro de la filósofa norteamericana, recientemente editado en castellano (Amorrortu). Su lectura retrospectiva permite también hacer un balance de su obra y el aporte significativo de una de las grandes pensadoras contemporáneas. En Sujetos del deseo, Butler recorre la trayectoria del concepto de deseo, desde Hegel y, sobre todo, a partir de la recepción del hegelianismo en Francia –Kojeve, Hyppolite, Sartre– para luego llegar a los pensadores que criticarán esa visión: Lacan, Derrida, Foucault y Deleuze. Butler se interroga por el tipo de vehículo que es el deseo, y que siempre ha resultado por lo menos complejo e impropio para muchos filósofos (que se han inclinado en beneficiar la idea de bien). Ese romance con el bien es lo que ha opacado al pensamiento con la esfera lábil del deseo, que ha sido leído como una relación con la negatividad, con la ausencia, pero también como su reverso: exceso que pugna por salir. En definitiva, el deseo estará atravesado por dos grandes lecturas antitéticas: como falta o como plenitud. Hegel o Nietzsche. Judith Butler (Cleveland, Estados Unidos, 1956), quien lleva publicados veinte libros (12 traducidos al castellano), abrazó la fama intelectual con la edición de Gender Trouble (El género en disputa, 1990). Allí, en gran medida, Butler constituiría lo que se ha dado en llamar filosofía queer o bien teoría de género. A saber: lo queer, como pensamiento estructurado, surge en los Estados Unidos a finales de los años 80 y principios de los 90 articulando categorías de dos grandes corrientes filosóficas: la filosofía posestructuralista francesa, en especial de la mano de Michel Foucault, Jacques Derrida, Gilles Deleuze y Félix Guattari, y por otra parte, el feminismo clásico de Simone de Beauvoir (al que criticará con claridad). La tesis fuerte de Judith Butler será la siguiente: el género (masculino/femenino) no es natural ni biológico sino performático. Vale decir, no hay “esencias” de masculinidad y feminidad, sino modos y prácticas concretas que determinan unas y otras. Otra forma de plantearlo es: el género proviene de la repetición ritual de ciertas prácticas entendidas como femeninas o masculinas en el marco de una duración temporal sostenida por la cultura. En este sentido, la filosofía del último Michel Foucault expresa dos ideas que Butler incorpora en su síntesis con el feminismo: los sistemas jurídicos –el poder– producen sujetos (normalizados) y luego los representan a través de la normativa femenina o masculina (los medios, por ejemplo). La identidad de género es un efecto de prácticas discursivas y de una práctica regulatoria. Así como el género es una construcción social, el cuerpo no es prediscursivo, sino formado por el discursivo heteronormativo. Es decir, el género es un hacer: una práctica performática: uno es lo que parece, lo que hace. Para la filosofía butleriana, si los actos producen el género, la identidad no es estable sino débil y formada por la reiteración estilizada de los actos. El género, entonces, es una repetición de prácticas que puede modificarse. Ahora bien, no debería leerse la filosofía queer como circunscripta a una filosofía gay (aunque se vincule directamente a esa mirada). Lo queer (raro, en inglés) implica la producción de identidades sexuales singulares sin identidades fuertes. En ese aspecto, la identidad homosexual como mera oposición “transgresora” a la heterosexual normativa sólo opera con la misma lógica de poder, además de sectarizar, reducirse al gueto y la mera repetición de clisés, estéticas y conductas. Lo queer va contra el binarismo hétero/homo, siguiendo en esto el linaje de la filosofía de Jacques Derrida, que expulsa los pares dicotómicos binarios y excluyentes. Lo queer, entonces, es la identidad sexual no sustancial, e implica el abandono de la subjetividad cristalizada (heteronormativa pero también homonormativa) para ampliar e incorporar identidades diversas: bisexual, fetichista, transexual, travesti. De acuerdo con el pensamiento butleriano, la identidad de género es más un hacer que una esencia. En ese sentido, el error del feminismo fue “esencializar” o “naturalizar” la idea de mujer contribuyendo, en cierta forma, a la hipótesis represiva que critica Michel Foucault. La teoría queer es más una filosofía macrocultural, una subdisciplina de la deconstrucción derridiana. Es, sobre todo, una construcción teórica donde lo propio de la “identidad” es su estado de permanente construcción, su inesencialidad. Por ende, también su posibilidad de libertad en el cambio. Esta tal vez sea la gran lección de la filosofía de Judith Butler y que ya está presente en su primer texto. Un libro necesario. Publicado originalmente en inglés en 1987, el ensayo refresca su vigencia en los debates contemporáneos."

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