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El autógrafo de Nietzsche

Por Luis Diego Fernández 10 de mayo de 2009

Publicado en Diario Perfil - Cultura

"De un rigor implacable, de un tecnicismo y una erudición colosales, Jacques Derrida fue un filósofo embebido de un linaje proveniente de la fenomenología de Husserl y Heidegger. “Otobiografías”, editado por Amorrortu, es una conferencia pronunciada en 1976 en la Universidad de Virginia. En ella, trata de responder a la siguiente pregunta: ¿quién firmó la Declaración de la Independencia norteamericana? Por Luis Diego Fernandez El malentendido de la filosofía de Jacques Derrida es grande, amplio y tan extenso como su profusa obra. Decir que la filosofía derridiana se ha leído mal es un lugar común, pero no por ello menos cierto. En algún punto, es una razón verdadera. El filósofo que problematizó la escritura y la lectura como tema central fue él mismo objeto de lecturas erradas, parciales o ignorantes. Y, no casualmente, Otobiografías reza sobre el problema de la lectura y la firma como determinante del sentido.  Jacques Derrida fue el último gran maestro de la filosofía francesa contemporánea, luego de Michel Foucault y Gilles Deleuze. Ni tan nietzscheano, ni tan post estructuralista, mucho menos ese mote ininteligible de “posmoderno”, Jacques Derrida fue un filósofo de un rigor implacable, de un tecnicismo y una erudición colosales. Un filósofo embebido de un linaje proveniente de la fenomenología de Edmund Husserl y Martin Heidegger. Fenomenología que cruzó con el estructuralismo. Efectivamente: su pensamiento puede verse como el cruce del sentido y la estructura. Algo constatado en sus tres primeros libros: El problema de la génesis en la filosofía de Husserl, el prólogo a El origen de la geometría de Husserl y La voz y el fenómeno. Tres textos que signan la problemática que luego se entenderá como “deconstrucción”. Esto es: la traducción francesa del concepto de Destruktion presente en Ser y tiempo de Martin Heidegger. Básicamente: el “desarme” de todas las grandes categorías de la metafísica. La inversión de las jerarquías ontológicas y, por consiguiente, del sentido. A esta altura ya se lo podría afirmar: la deconstrucción fue el último gran proyecto filosófico contemporáneo.  El valor de Otobiografías es curioso y en gran medida un perfecto emblema que refracta de un modo menor toda una filosofía. Testimonio que parte de una promesa incumplida que el mismo filósofo hace explícita.  La historia: en 1976 Jacques Derrida es invitado a la Universidad de Virginia a dictar una conferencia –o como él dice, un “análisis textual“, a la vez, filosófico y literario– sobre la Declaración de Independencia y la Declaración de los Derechos del Hombre. Un “ejercicio de literatura comparada con objetos insólitos”. A raíz de ello, la pregunta que dispara la reflexión deridiana tiene un foco central: ¿quién firma, y con qué nombre supuestamente propio, el acto celebratorio que funda una institución? Podemos adelantarlo: Derrida no responde a esta pregunta. O podríamos decir: responde, pero con otro texto: el Ecce Homo de Friedrich Nietzsche. Claramente: Nietzsche puede ser útil –en función de la lectura que haga Derrida– para contestar a la cuestión de la firma que instituye un Estado, o cualquier objeto, hasta la propia vida.  Ecce Homo, de Nietzsche, es un libro sobre la firma que funda, en este caso puntual, un hombre. La firma que funda un pensamiento. La firma que funda, en cierto modo, una tradición filosófica. Dice Derrida: “Lo leeré a partir de lo que dice o se dice en Ecce Homo, y Wie man wird, was man ist, cómo se llega a ser lo que se es”. La firma determina el bios. A partir de allí, la lectura de Derrida hace un cruce que nos lleva a la herencia de la “firma” de Nietzsche. Firma que se dice en plural: F.N. o Dionisos o Zarathustra.  Es así que podemos fijar instituciones antagónicas que son efectos de la misma firma: el nazismo o el desarme de todos los valores de la modernidad filosófica.  La lectura de la firma, del nombre propio, es siempre esquiva, una borradura permanente, una veladura que nos impide llegar al cuerpo, a la vida que está atrás del texto. En esto Derrida es consecuente y dice, citando al propio Nietzsche: “Conozco mi suerte. Llegará el día en que el recuerdo de algo inaudito se asociará a mi nombre, el recuerdo de una crisis como jamás la ha habido sobre la Tierra, del más profundo choque de las conciencias, de una decisión proclamada contra todo lo que se ha creído, exigido, santificado hasta ahora. No soy un hombre, soy dinamita”.  La firma, entonces, lejos de certificar o legitimar o fundar, borra, confunde, torna al origen algo impuro, propio del laberinto que Derrida asocia con la forma del oído: “Con la enseñanza y sus nuevas instituciones, también se trata, por consiguiente, del oído. Todo se enrolla, como saben, en el oído de Nietzsche, en los motivos de su laberinto”. Oído, desde luego, que es escucha de la tradición –de la lengua materna– pero también: oído que es impureza desde el comienzo. Construcción del comienzo. La firma para Derrida más que una garantía es una figura difusa. Un entramado que impide el arribo al “origen”. Un origen tachado.  El subtítulo de Otobiografías es “la enseñanza de Nietzsche y la política del nombre propio”.  En algún aspecto, lo que la filosofía nietzscheana enseña no es unidireccional, sino perspectivista: “No hay hechos, sino interpretaciones”. Y la firma, la política de la firma, lejos de ser una seguridad, es una opacidad. Por lo tanto, la pregunta inicial del ¿quién firma? podría ser algo intercambiable o “ficticio“. Y el ¿quién firma? una Declaración de Independencia que funda una nación como los Estados Unidos de América, algo aún más complejo –no fue Jefferson.  Tal como dice el propio filósofo al comienzo del libro: “La firma inventa al signatario”. La firma es quien le da cuerpo, no a la inversa.  El “nosotros” que habla en nombre del pueblo, presente en la Declaración, no existe antes de ser enunciado. El pueblo no existe a menos que sea enunciado.  Ergo: la firma, la escritura en primer lugar, le otorga su constitución a quien enuncia. Un notable ejercicio de deconstrucción filosófica."

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