Publicado en La Razón
"Hay algo de paradójico en la figura de Jacques Derrida (El Bihar, 1930-2004). Por un lado, es difícil resumir en unas apretadas líneas una aportación como la suya, sutil, sinuosa, extremadamente sofisticada, al discurso filosófico contemporáneo. Por otro, conceptos tan nucleares suyos como el de ""deconstrucción"" han hecho fortuna en la cultura popular. Desde la arquitectura a la ""cocina de autor"" pasando por Woody Allen, todos parecen estar cómodos con este término, hoy tan repetido que por desgracia se ha convertido en un difuso eslogan. Curiosamente, el mundo se ha vuelto derrideano. Sin embargo, como bien pone de manifiesto Mauricio Ferraris en esta excelente introducción, la deconstrucción es, antes que nada, una determinada ""estrategia"" concebida para afrontar críticamente la tradición occidental, una manera heterodoxa y muy conceptual de leer los textos a contrapelo. Pero también una práctica política, una máquina de minar y acentuar las fisuras del discurso institucional. Si algo caracteriza a esta tentativa es su intento de acceder a todo aquello expulsado, impensado o simplemente etiquetado como ""exterior"" a la razón. De ahí que el mestizaje y la contaminación con la alteridad sean reivindicaciones decisivas. El propio Derrida, nacido en Argelia en el seno de una familia judía excluida, insistirá no pocas veces en la importancia de la encrucijada en su desarrollo intelectual. Es justo esta exterioridad respecto a las corrientes y autores de nuestra cultura lo que mejor define su intempestivo emplazamiento. Lo que queda por saber es si Derrida será el último filósofo de una determinada tradición, agotada según muchos, o el inicio de algo ""por venir"". Ferraris subraya con una claridad y rigor envidiables cómo el pensamiento derrideano no puede entenderse al margen de la crisis del humanismo occidental y de sus valores representativos. Si la primera parte del ensayo se centra en su aprendizaje de la filosofía tradicional, la segunda entra a debatir su singular cuestionamiento: este lenguaje pasa a ser visto como una cárcel en la que estamos inevitablemente presos, en la que todas las huidas sólo logran fortalecer sus barrotes. Por ello el libro analiza en qué medida pensar ""con Derrida"" equivale a seguir hollando un territorio salvaje abierto por Nietzsche, Freud y Heidegger con nuevas estrategias retóricas o discursivas. Y siempre ""al margen"". De justicia es reconocer lo fértil que ha sido esta lectura. Temas de la agenda filosófica contemporánea como la violencia del discurso metafísico, la metafísica de la presencia, la autoridad del habla y la marginación de la escritura han llegado a ser ejes hermenéuticos importantes gracias a Derrida. Asimismo, la cuestión del estilo y la dimensión textual han generado impulsos extraordinariamente estimulantes para el debate sobre el canon de la tradición y su propia dimensión como práctica institucional. Como sugiere Ferraris, tampoco puede entenderse nada del trabajo de Derrida sobre los textos, sobre las instituciones y prácticas culturales al margen de su profundo respeto por la tradición que él mismo desplaza meticulosamente. No en vano él se sintió, sobre todo, heredero. En este sentido, el interés de la entrevista ""Aprender por fin a vivir"" radica en brindar al lector una semblanza fiel de su persona. El último superviviente de la mejor generación de filósofos franceses de todas las épocas —Deleuze, Althusser, Foucault o Lyotard— hace un sintético pero sincero balance. A sus 74 años, un Derrida, muy marcado por la enfermedad y que ya ha alcanzado indiscutiblemente un lugar protagonista en el Olimpo filosófico contemporáneo, reflexiona sobre su legado con esa lucidez melancólica quizá sólo alcanzable al borde de la muerte. Pocas semanas después, sucumbiría a un doloroso cáncer de páncreas."