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El papel del deseo

Por Cecilia Macón 7 de octubre de 2011

Publicado en La Nación - ADN Cultura

"La relación entre el psicoanálisis y la teoría de género ha sido siempre compleja. Ciertas afirmaciones de Freud sobre la sexualidad femenina  fueron leídas como expresiones del falocentrismo occidental. A la vez, se acude al aparato teórico del psicoanálisis para analizar identidades que interesan a la teoría contemporánea. Resulta particularmente rico contar con un texto capaz de aclarar la posición de la tradición psicoanalítica sobre la diferencia sexual. Moustapha Safouan -destacado discípulo de Lacan- se ocupa de reconstruir de manera crítica el papel que cumple el deseo para la caracterización de esa diferencia. La focalización en el deseo es, justamente, lo que resulta ignorado por la moral sexual cotidiana y le permite al autor alentar una relación nueva entre género y psicoanálisis. Bajo el título “Fórmulas de El atolondradicho”, Alain Badiou retoma la tensión del diálogo entre psicoanálisis y filosofía, no ya desde la perspectiva de las condiciones del pensamiento[1], sino desde el planteamiento de la cuestión del sentido y la formalización. Si hay una oposición, en principio, entre el sentido, reino del equívoco, y la formalización, que ofrece una univocidad literal que penetra “la mediocridad del sentido”, el problema para Lacan, dirá Badiou, es no quedarse encerrado en ese dilema, sino tomar como punto de partida el equívoco como meta de la formalización. Entonces propone su tesis: “Solo en la prueba de la formalización, el sentido, tocado por lo real, produce el advenimiento de la verdad como au-sentido” (P. 94) Sentido au-sexo Según el autor, Lacan se reinscribe en la filosofía desde la crítica del sentido en beneficio de un saber de lo real, posición “antifilosófica” que se opone al amor de la verdad de las filosofías. La operación filosófica, a juicio de Lacan, consiste en afirmar que hay un sentido de la verdad, cuyo “consuelo”, bajo el término de “sabiduría”, sería declarar que hay una verdad de lo real. Lacan va a sostener por el contrario, que no hay sentido de la verdad porque no hay verdad de lo real. La tesis de “El atolondradicho” es que de lo real no hay más que una función de saber, que no es del orden de la verdad como tal. Propone un comentario de la siguiente cita de L’étourdit: “Freud nos orienta en el sentido de que el au-sentido designa el sexo: en el bollo de este sentido au-sexo se despliega una topología donde la palabra es la que zanja”. [2] Lo real se define aquí a partir de la ausencia de sentido. Hay en Lacan una “decisión del sentido” diferente que la decisión aristotélica, que le permite decir que lo real es el sentido en cuanto au-sentido. Lo real es au-sentido, por lo tanto ausencia de sentido, lo cual implica, que hay sentido. Badiou indica que tal decisión es compleja, y trae como consecuencia que el au-sentido debe distinguirse del sin-sentido. La tesis de Lacan no es una tesis absurdista o existencialista, no afirma el sin-sentido de lo real, sino que sólo se abre un acceso a lo real si se supone que este es como una ausencia en el sentido, un au-sentido, o una sustracción del o al sentido. Todo se juega en la distinción entre au-sentido y sin-sentido. Ahora bien, la novedad lacaniana es postular que ausencia de sentido y sin-sentido se distinguen en su correlación con lo que constituye lo real del inconsciente, a saber, que no hay relación sexual. El sexo propone, al “desnudo”, lo real como imposible propio: la imposibilidad de la relación. Así, dirá Badiou, lo imposible, y por consiguiente lo real, se correlaciona con el au-sentido, lo cual significa la ausencia de todo sentido sexual. La lectura de la fórmula “sentido au-sexo” conjuga dos modos de lo real en Lacan: el de lo imposible como impasse en la formalización, y el de lo real fuera-de-sentido del sexo.[3] Puede decirse que lo real en tanto imposible según el sentido es au-sentido de la relación, y por eso un sinónimo de au-sentido es, en el texto de Lacan, sentido au-sexo. El sentido au-sexo, sigue Badiou, es una proposición que no puede ponerse ni del lado del sentido ni del lado del sin-sentido. Se trata de una proposición singular, desplazada y absolutamente original, que dice positivamente que lo real en cuanto tiene esa ausencia de sentido es que no hay relación sexual y que la ausencia de sentido, por lo tanto, no es sin-sentido porque es sentido au-sexo. Esta fórmula funda la posibilidad del matema, de un modo paradójico hay que decir, ya que la funda al postular que toda función de lo real en el saber se refiere afirmativamente a la ausencia. Lo transmisible es la inscripción de la ausencia como sentido au-sexo. Por tal razón lo real agujerea el saber por el sentido au-sexo, lo que implica una ruptura entre el discurso del analista, y el del filósofo, que sitúa lo real en el registro de la verdad, o sea, que carece de lo real por amor a la verdad. El par sentido-verdad tiene prisionera a la filosofía. Ese par supone que lo opuesto del sentido sea el sin-sentido, y no el au-sentido, por eso la filosofía es búsqueda del sentido de la verdad para evitar el drama existencial del sin-sentido. El autor encuentra esa separación psicoanálisis/filosofía en el lugar del sentido au-sexo. El psicoanálisis, en su experiencia del sexo, del au-sexo, se topa con un real tal que desplaza los efectos de sentido, asegurando que hay un registro del sentido que no es la afirmación de éste ni su negación, un espacio entre sentido y sin-sentido en el que tiene lugar el acto analítico. Verdad, saber, real Badiou expone entonces tres maneras de la antifilosofía lacaniana. En primer término, la filosofía ignora el registro del au-sentido. En segundo término, ignora la posición del saber como real, y en tercer término, hay en ella un carácter especular que dispone el sentido y la verdad en espejo, enunciando la posibilidad de un sentido de la verdad. Para el Lacan de “El atolondradicho”, por el contrario, no hay verdad de lo real, solo hay verdad en la medida en que hay función de lo real en el saber, es decir, como tocada por lo real del au-sentido del sexo. Tampoco existe, propiamente, un saber en lo real –que queda del lado de la ciencia- sino producción de un saber en el elemento del sentido au-sexo, pero no se trata de un saber del sentido au-sexo como tal (es un saber agujereado por la castración). Por lo que concluye que tampoco hay saber de la verdad, a lo sumo puede decirse que hay verdad de un saber siempre y cuando un real funcione en él. Por consiguiente, para Lacan el triplete saber-verdad-real no puede segmentarse, tal es la tesis más novedosa e importante de “El atolondradicho” según Badiou. No podemos incluirlo en pares: verdad de lo real, saber de lo real o saber de la verdad. Si pretendemos que existen la verdad y lo real, es menester situar la función de saber; si tenemos un saber de lo real, debemos suponer un efecto de verdad, y cuando hablamos de las relaciones entre verdad y saber, existe lo real. La filosofía entonces es una subversión del tres por el dos, una negación del carácter originario e irreductible del tres. Esta querella sobre el tres y el dos reenvía, sostiene el autor, a una querella sobre el Uno. Lo cual se apoya en una idea falsa: que “el uno es”. Cada vez que postulamos “el Uno es”, nos encaminamos a desmembrar el triplete verdad-saber-real, lo que equivale a decir que: a) hay verdad de lo real en la medida en que este es Uno; b) de lo real hay un saber, saber del Uno bajo la forma del objeto o la objetividad. Si lo real, en cambio, no es aquello de lo que hay verdad, y tampoco es lo que se sabe, el enunciado será no “el Uno es” sino “hay del Uno”. ¿Qué garantiza la cohesión del tres bajo la forma verdad-saber-real? Badiou dirá que no puede ser por la verdad o el saber, a riesgo de caer en el par filosófico, sino que la consistencia del triplete va a jugarse entre lo real, punto “excepcional” y algo que, sin ser verdad ni saber, está forzosamente en la dimensión del acto. “Demostrar lo real” Lo real, dirá el autor, es imposible de conocer porque está contenido en el triplete verdad-saber-real y no se lo puede extraer de él para aparearlo con uno de los otros dos términos. Lacan denomina “demostración de lo real” a esta deposición del conocer. Lo real no se conoce: se demuestra.  Pero entonces: ¿cómo escapa Lacan al kantismo, a la oposición real/ fenómeno? Lacan elude la trampa crítica, su jugada no consiste en proponer que lo real sea incognoscible. La tesis de Lacan es la de una exterioridad de lo real a la antinomia del conocer y el ignorar, participa de lo que inventa con el nombre “demostrar”. “Demostrar lo real” tiene dos sentidos. Por una parte, es la posición de Lacan de que la única ciencia de lo real es la lógica, el énfasis en lo real como callejón sin salida de la formalización. Como consecuencia, la única transmisibilidad posible del sentido au-sexo será el matema. El segundo sentido, viene del acto analítico. Aquí se juega la suerte de Lacan, en la reconquista de un espacio común al matema y al acto analítico, y es el pase el procedimiento para verificarlo. Badiou se pregunta en la parte final del texto si hay algún signo que garantice ese acceso a lo real, algo que señale que algo de lo real responde en el elemento del sentido au-sexo o au-sentido. Dirá que es la angustia el afecto que funciona como garante latente de ese efecto. Hay un punto enigmático, singular y nunca dado de antemano, donde el corte del acto y la transmisibilidad integral del decir se encuentran en una especie de apareamiento misterioso. Las consecuencias en cuanto a una “ética de la cura” se producen en dos “exigencias”. La primera, la de una “formalización correcta”, se define como una elevación de la impotencia (imaginaria) a lo imposible (real). Debemos producir un campo de captura, de encuentro de lo real, contar con un sistema de restricciones que designe el punto de imposibilidad al cual llegar de una manera u otra. La segunda exigencia atañe a la angustia como afecto que no engaña. El problema reside en que este afecto, que es el afecto del triplete verdad-saber-real bajo la ley de lo real, debe medirse en su uso, dosificarse. Corresponde al analista hacer un uso dosificado de lo que no engaña, de lo que señala que uno está en las inmediaciones del sentido au-sexo, en las inmediaciones de lo que se abre entre sentido y sin-sentido como virtualidad nueva, y le corresponde dosificarlo porque, cuando es desmesurado, ese uso resulta mortífero. Badiou concluye que tenemos en la cura dos temporalidades entrelazadas. La temporalidad de la formalización, según una lógica de la prisa. Y en segundo lugar, el tiempo de la dosificación de la angustia, una temporalidad que puede diferir de manera constante el vencimiento de lo real y mantenerse en los límites del sentido y el sin-sentido, que son los mismos finalmente, por tener que evitar el au-sentido sexual. La ética de la cura consiste en sostener esas conminaciones temporales contradictorias, y hacerlo hasta que el acto zanje. Ese acto del cual, lo sabemos, el psicoanalista ya no será otra cosa que el deshecho. [1] Alain Badiou: Condiciones (1992). Siglo XXI. Prefacio de François Wahl. Bs. As. 2002 [2] Jacques Lacan (1972): El atolondrado, el atolondradicho o las vueltas dichas. Paidós. 1984. P. 20: “Freud nos encamina a que el ausentido (ab-sens) designa el sexo: en el bulto de este sentido ausexo (ab-sexe) se explaya una topología donde la palabra es lo tajante”. [3] Jacques Lacan (1975-76): El seminario 23: El sinthome. Paidós. 2006. Pp. 59-64. Puede leerse este viraje en la perspectiva de la orientación lacaniana en Gerardo Arenas: En busca de lo singular. Grama. 2010"

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