Publicado en Diario Perfil - Cultura
"El interés despertado por la obra de Jacques Derrida ha ido en aumento en los últimos años debido al creciente número de traducciones aparecidas y la publicación de libros dedicados a analizar su pensamiento. “El gusto del secreto” (Amorrortu) pasa a engrosar ese número: cinco entrevistas llevadas a cabo por Maurizio Ferraris, un texto de crítica deconstructiva escrito por Derrida, y una última entrevista en la que el interlocutor es el filósofo Gianni Vattimo. El filosofo. Ser un “judío de Argelia”, como él mismo se define, lo predispuso a la “no pertenencia”. Nietzsche fue fundamental para su pensamiento. El gusto del secreto (Amorrortu) se divide en dos partes: por un lado, una serie de seis diálogos entre Jacques Derrida y Maurizio Ferraris, más un diálogo final del filósofo argelino con Gianni Vattimo; por el otro, un extenso texto de Ferraris titulado ¿Qué hay? sobre diferentes conceptos tratados por Derrida: la forma, el logos, la geometría, el absoluto, la línea, la voz, entre otros. Indudablemente, lo más nutritivo aparece en las charlas –todas realizadas en 1994– entre Ferraris y Derrida. Oportunidad donde tenemos la posibilidad de refrescar y también de derribar ciertos criterios naturalizados sobre la filosofía del pensador padre de la deconstrucción. Lo que vemos en esta sucesión de diálogos es el tratamiento de tópicos que giran en torno a la pertenencia, el logos, la historia de la filosofía –la curiosidad de que gran parte de los filósofos escribieron sus primeros libros a los 37 años–, la lengua o el método argumentativo. En El gusto del secreto vemos cómo el último Derrida vuelve sobre temas centrales de la tradición, la muerte por caso –“No pienso más que en la muerte; pienso siempre en ella”–, que lo acercan a cuestiones mas lejanas de la discusión en torno a la deconstrucción, aunque también las menciona. El gusto del secreto no es un libro para iniciados, pero es un excelente complemento para aclarar algunos conceptos derridianos a través de la palabra del propio Derrida. Así es que Derrida aclara su confrontación con el canon de la filosofía, hecho patente a través de su interés por textos ajenos estrictamente a la tradición, sobre todo textos literarios, poéticos y estéticos en general –pintura, fotografía, cine o video–. Esa misma lucha o relación conflictiva con el canon, en rigor, es el emergente de su propia biografía, sobre la cual Derrida se explaya; la relación, y también podemos decir la práctica de la deconstrucción –como estrategia de lectura y conceptual–, adviene de su propia problematización en torno a su pertenencia, a su “origen”; el mismo filósofo lo dice: “Soy judío de Argelia, de cierto tipo de comunidad en la que la pertenencia al judaísmo era problemática, la pertenencia a Argelia era problemática, la pertenencia a Francia era problemática, etc. Eso me predispuso, claro está, a la no pertenencia; sin embargo, soslayadas las idiosincrasias personales, deseaba mostrar en qué sentido un ‘yo’ no debe ser de la familia”. Ese choque o esa no coincidencia o remisión a determinada instancia la podemos ver como el momento de concepción de la deconstrucción del “origen”. Y también como el disparador para toda su producción filosófica donde lo heterogéneo, lo antidialéctico, se torna central. Podríamos decir que la búsqueda o el rastrillaje de conceptos de “bifrontes” –no binarios– en la tradición y fuera de ella por parte de Derrida viene de esa heterogeneidad y conflicto con la pertenencia. Pero Derrida también marca la importancia de Nietzsche para la configuración de su pensamiento: “Para mí, Nietzsche fue y sigue siendo una referencia muy importante; en primer lugar (…) porque es un pensador que pone en práctica una psicología de los filósofos. Como él dice a menudo, las grandes filosofías son resultado de cierta psicología, de cierta historia de la psyche (…) Siempre es una figura de la vida individual, una estrategia (armada e inerme) de esa vida, en la medida en que inspira todos los filosofemas y programa todas las astucias de la verdad”. Finalmente, la cuestión del “secreto” que da título al libro se relaciona directamente con el problema de la pertenencia. Jacques Derrida elogia el secreto como forma insoslayable de la democracia. La ausencia de secreto, según el filósofo argelino, será un problema para la democracia, que podrá devenir en cierto totalitarismo. Derrida pareciera decirnos que el mantener el espacio para el “secreto” garantiza un espacio político democrático: “Tengo el gusto del secreto, y eso indudablemente tiene que ver con la no pertenencia; tengo un impulso de temor o terror ante un espacio político, por ejemplo ante un espacio público que no dé espacio al secreto. Para mí, exigir que se dé a conocer todo y no haya un fuero interno significa volverse totalitaria la democracia. Puedo transformar en ética política lo que dije: si no se mantiene el derecho al secreto, se entra en un espacio totalitario. La pertenencia, el hecho de confesarla y de poner en común –trátese de familia, nación o lengua– significa la pérdida del secreto”. Efectivamente, para Derrida, la acción de evidenciar la pertenencia es otra forma de legitimar cierto “esencialismo” u “origen” del cual el filósofo deconstructivo está muy lejos."