Publicado en Diario Perfil – Suplemento Cultura
"Al menos desde La transparencia del mal (1990), este principio maléfico o diabólico sale a escena como el ""genio maligno"" en las cosas exteriores que horrorizaba a Descartes, un atractor extraño que desarregla las totalidades, el doble maldito de todo proceso de racionalización y cuantificación, el desdoblamiento reversible de los sistemas irreversibles, el límite catastrófico del reemplazo de lo real por su simulación modélica, etc., etc., Ahora, en este libro escrito bastante años después, Baudrillard —menos brillante y más exacto— redefine la ""parte maldita"" como la imposibilidad del ""gasto inútil"" del exceso de realidad en la época de la administración total del mundo. Esto explica, en el fondo, la hiperrealidad de los simulacros en base a una tecnoesfera que pretende el control absoluto del ser (sea cual fuere) y el borramiento de todo secreto de la naturaleza. El Mal, por decir así, es la resistencia de aquello que se niega a su cautiverio en la superproducción técnica de información, de imágenes, de representación, de interpretación, de lenguajes matemáticos. Como tal supone un factor irónico que arruina y hace fallar, por medio de inversiones o fracturas, déficit o disociaciones, todas las lógicas y programas de apropiación del mundo justo en el momento triunfal de su expansión y crecimiento saturante del principio de realidad que implantan. En tanto no lo dilapidan, según la regla de la ""parte maldita"", se les vuelve en contra. Con excesiva facilidad se suele olvidar la influencia de Georges Bataille sobre el pensamiento de Baudrillard, cuando es algo más bien evidente en la teoría del intercambio simbólico, la seducción y el mal. De cierto modo, el mundo como simulacro e hiperrealidad artificial se deriva del rechazo irreductible que la razón moderna presenta a esas formas arcaicas reguladas por el don y el contra don y el principio de lo fatal. A la vez, se exagera demasiado en hacer de toda esta crítica a los sistemas racionales de la política, la economía y las tecnociencias una expresión extrema del posmodernismo filosófico y la posmodernidad social, porque muchos de estos tópicos —salvando las distancias— no son otros que los ensayados por Adorno y Horkheimer en Dialéctica de la Ilustración (1944) al cuestionar el desencantamiento del orden del mito y la magia por una nueva mitología: la racionalidad cuantificadora a instrumental de la modernidad. Se quiera o no, como sucede en este libro, unos de los últimos de Baudrillard, la noción batailleana de ""parte maldita"" o de Mal está en función de infiltrar las estructuras de las sociedades occidentales de una alteridad radical que quizá no extrañaría al chamán y al brujo primitivo. El sueño de la razón (que engendra monstruos, decía William Blake), según Baudrillard, consiste en erradicar el Mal del mundo y levantar un imperio del Bien —la ""Realidad Integral""—, en el cual ya nada escape al control y el conocimiento, como en el film Minority Report de Spielberg, donde el crimen es prevenido y castigado antes de que ocurra. Así, en la banalidad posmoderna transpolitica, transexual, transestética, transeconómica, etc.; no ocurría ningún acontecimiento digno de llamarse por ese nombre hasta el atentado al World Trade Center que fisura el puño de hierro planetario de la potencia mundial. A diferencia de otros, quienes interpretan ese acto terrorista o contraterrorista (pero siempre en la órbita del terror) como la reactivación de la historia, Baudrillard lo concibe como el acontecimiento imposible e improbable (no por otra cosa se reconoce un acontecimiento) que, sin quebrar la lógica del terrorismo, equilibra la relaciones de fuerza entre el Bien y El Mal a indica el umbral de totalización absoluta de cualquier sistema en el que aparece la desintegración maléfica. Según esta doctrina satánica, todo cuanto viole la dualidad del mundo el cual es a la vez racional a irracional, genera su doble monstruoso, su propio proceso de reversibilidad en una espiral de predestinación fatal. Todo esto, claro está, para el racionalismo ilustrado, es una jerga ""poética"", que renuncia al silogismo y que, por lo tanto, no soporta la prueba de la coherencia lógica de sus proposiciones. Nada más cierto, pero si ya Adorno y Horkheimer consideraban al pensamiento lógico similar al círculo mágico que trazaba el brujo para conjurar lo desconocido, Baudrillard actúa en su prosa esta posición hasta el delirio del signo. El Mal se expone en la escritura de este libro, y en todos los del autor, en realidad, como una fuga del sentido y de la significación hacia la literalidad misma o lo inefable."