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En torno a la condiciones vitales

Por Ruben H. Ríos 28 de agosto de 2016

Publicado en Diario Perfil - Cultura

Desde Tercera Persona (2007), reformulando el dispositivo foucaultiano de subjetivación, el filósofo italiano Roberto Esposito viene ocupándose del proceso de personalización del ser humano, en cuya genealogía incluye a la persona jurídica del Derecho romano, el dualismo alma-cuerpo del cristianismo (la primera contiene la personalidad), el poder soberano hobbesiano como persona artificial que representa a las naturales, las personas de Locke y del utilitarismo de Mill que tienen (como su propiedad) un cuerpo, doble vida (vegetativa y consciente) y el lenguaje del personalismo filosófico (Ricoeur. Mounier, Maritain, entre otros) infiltrado, por ejemplo, en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948. De esta manera, el dispositivo de la persona se presentaba como una subjetivación o individuación donde la norma (lo normal) exige que la persona sea el sujeto obligado a someter la parte de sí no racional, animal, corpórea o inconsciente.
Con Dos (publicado en italiano en 2013), Esposito avanza un poco más en el concepto de subjetivación (ahora en continuidad semántica con subjetividad, sujeción y sujetamiento) y el de persona, ya no sólo como una modalidad cristiano-moderna de producción de ciertos sujetos al modo de Boecio (una substancia individual de naturaleza racional) o del biopoder sino como pieza fundamental de un dispositivo mayor: la “máquina” teológico-política de dominación que rige a Occidente desde hace más de dos mil años. De allí el análisis que emprende Esposito del pensamiento de Carl Schmitt (el primero que recupera la racionalidad de la teología política), Jacob Taubes, Erik Peterson, Ernst Kantorowicz (el de Los dos cuerpos del rey) y Max Weber, en un intento muy fructífero para describir el funcionamiento de inclusión y exclusión a la vez (análogo al “estado de excepción” de Agamben) del régimen teológico-político y de su sujeto inherente: la persona. De allí también la última sección del libro, “El lugar del pensamiento”, donde la filosofía de lo impersonal ya esbozada en Tercera persona encuentra su linaje en Averroes y Giordano Bruno, en Spinoza y Schelling, pero sobre todo en Nietzsche (el giro decisivo), Bergson y Gilles Deleuze.
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