Publicado en La Nación - ADN Cultura
"a tentación es potente y, en un punto, inevitable: reseñar Sujetos del deseo -que, aunque recién se traduce ahora, es el primer libro de Judith Butler (Cleveland, 1956), además de su tesis de doctorado- como el origen inmaculado desde donde se despliegan sus reflexiones posteriores; vale decir, su desarrollo del feminismo y de la teoría queer, pero también las que atañen a sus concepciones de la ética y de la violencia. No habrá resistencia a esa tentación, sino tan sólo un principio de moderación: el volumen contiene a la autora que se ha convertido en una de las pensadoras contemporáneas más influyentes, pero también aquello que ella no quiso ser y lo que fue a pesar de ese origen. Publicado originalmente en 1987 -tres años antes de su libro clave, El género en disputa - y con un prólogo de 1999, redactado mientras escribía los artículos de Deshacer el género, Sujetos del deseo revisa el papel del deseo en la filosofía de Hegel y, muy especialmente, su impacto en el pensamiento francés. De esa manera, Alexander Kojève, Jean Hyppolite, Jean-Paul Sartre, Jacques Derrida, Michel Foucault, Gilles Deleuze y Jacques Lacan se transforman en personajes de un relato claro y persuasivo que busca revalorizar la matriz hegeliana a la hora de discutir la idea de sujeto. El recorrido de Butler se inicia con una reconstrucción de la Fenomenología del espíritu de Hegel a partir de la relación que allí se establece entre deseo y reconocimiento donde el primero está siempre destinado a expresar la reflexividad de la conciencia: ""El sujeto humano no está ahí de manera simple e inmediata, no somos meros testigos, sino actores"", señala Butler. El deseo es, en palabras de la filósofa estadounidense, el ""movimiento ambiguo del sujeto hacia el mundo: devorar y exteriorizar, apropiarse y dispersar"". El otro, en este planteo, deviene parte esencial de la experiencia y el deseo -que es siempre el de reconocimiento-, expresión de la identidad histórica. La apropiación butleriana de la recepción francesa de Hegel abre inevitablemente con Kojève para quien el centro de la escena es tomado por el problema de la acción humana. Progreso, agencia, libertad se vuelven así en tres palabras clave que derivan en la preferencia de Kojève por la individualidad. Más tarde, el pensamiento de Hyppolite pasa a cumplir en este relato el papel de caracterizar el deseo como una falta y concentrarse en la estructura de la temporalidad, eludiendo siempre los rasgos antropocéntricos planteados por Kojève. Así como en el capítulo siguiente queda en evidencia que para Sartre el deseo se transforma en una suerte de pasión vana capaz también de poner en escena la conciencia, la última sección del volumen -ausente en la tesis que dio lugar al texto- abre la discusión hacia Lacan, Derrida, Deleuze y Foucault. No se trata meramente de actualizar el trabajo defendido en 1984, sino también de enlazar la vuelta de Butler hacia Hegel con el nacimiento de sus ideas sobre la historicidad del sujeto y una ética marcada por el reconocimiento del otro, que es el de uno mismo. La inevitabilidad de la insatisfacción lacaniana, la ironía de Derrida y el impacto de Nietzsche sobre la lectura que Foucault y Deleuze despliegan sobre Hegel -donde el exceso y la plenitud se destacan por sobre la falta- permiten abrir la discusión hacia la preocupación de la tradición francesa actual de revisar las pretensiones de autonomía desplegadas por la modernidad. En estas últimas páginas, Butler se convierte en testigo privilegiado del derrumbe del sujeto unificado moderno. Tal como Butler misma recuerda en la introducción, escribió su tesis en la Universidad de Yale en 1984, marcada por su paso por los seminarios de Hans-Georg Gadamer, la tradición fenomenológica de su director y la huella dejada por las lecturas de Karl Marx, Martin Heidegger, Maurice Merleau-Ponty y la Escuela de Fráncfort. Butler pudo haberse transformado en una exégeta. También en una estudiosa del pensamiento europeo continental. En cambio, optó por deshacerse de todos los prejuicios al cruzar la tradición anglosajona con la continental y, muy especialmente, mirando a su alrededor y advirtiendo no sólo lo que de Hegel resta en cuestiones como la identidad queer o la ética detrás del luto, sino también lo que el filósofo alemán no hubiera podido -ni querido hacer con estos problemas."