Publicado en La Nación - ADN Cultura
"Las introducciones a la filosofía suelen comenzar con planteos relativos al conocimiento (¿podemos conocer? ¿qué vías son las más confiables?) o recapitulando dos milenios y medio de controversias metafísicas acerca de la escencia de la realidad. En el primero de los tres ensayos incluidos en Filosofía y política, Alain Badiou propone un acercamiento diferente: ¿qué vínculo mantiene la primera con la segunda? Desde los lejanos tiempos presocráticos, la pregunta por la política se instaló en el corazón de la filosofía, y es factible introducirse a esta disciplina a partir del relato de su tormentosa relación -conceptual tanto como práctica- con las instituciones, las fuerzas sociales y las luchas por el poder. Badiou no aspira a tanto en su breve texto; ofrece más bien una original actualización del vínculo entre ambas dimensiones. La democracia, explica, es la condición de posibilidad del pensamiento, pero de allí no se sigue que la filosofía sea democrática. De hecho, un repaso de las posiciones políticas de las grandes figuras de la disciplina demuestra que muchas desconfiaron de la democracia como forma de gobierno. Incluso más allá de esas opciones personales esto se debe, según Badiou, a razones profundas. La reflexión necesita un clima de irrestricta liberdad de opinión para emerger. Cada uno está capacitado para proponer su visión, aunque ello no implique que, a la hora de las demostraciones, cualquier parecer valga lo mismo. En ese momento surgen las regulaciones impuestas por la verdad, que se distingue así de la mera opinión. Sometida a la dura ley de lo verdadero, la filosofía se asocia a un valor político en detrimento de otro: a la justicia más que a la libertad. Caso quizás único en la escena contemporánea, uno de sus teóricos más radiclaes no pierde ocasión de testimoniar sus deudas con el viejo Platón, de quien hace derivar estas concepciones. El segundo ensayo de Filosofía y política aborda la condición de un mundo posheroico. El guerrero, celebrado por la épica, encarnaba la figura del héroe individual ansioso de gloria. La revolución francesa puso en su lugar al soldado anónimo, cantado pro la poesía romántica, que luchaba por la libertad de su país. Más tarde, con las revoluciones sociales, fue suplantado por el combatiente integrado a las masas en defensa de su clase. Todas estas figuras entraron en un ocaso. Hoy no sólo vivimos en la confusión política, sino que debemos inventar ""nuevas formas simbólicas para nuestra acción colectiva"". La individualidad del héroe no se disipó, sin embargo, junto con la figura del guerrero. Muchos movimientos del siglo XX quedaron identificados con el nombre de sus líderes: Lenin o Mao desplzaron a Aquiles. Pero también la ""dialéctica expresiva"" que reflejaba los impulsos de estos jefes partidarios ha pasado a la historia, afirma Badiou en el último ensayo de su libro, sin duda el menos elegante de la serie. Allí se enreda en ejemplificaciones tomadas de la teoria de los conjuntos que no aclaran su tema: los conflictos entre la ley que ordena lo sociedad y los deseos que la impulsan hacia lo nuevo y desocnocido. La tensión entre filosofía y política no sólo es objetiva e histórica: a veces complica, y otras veces potencia, las propias energías militantes y especulativas de Badiou. Fiel a su doctrina personal, el autor intenta que en cada una de sus intervenciones teóricas, siempre políticas, se entremezclen el arte, las matemáticas y el discurso amoroso. Este último es el menos honrado en su libro; la ciencia, por su parte, no siempre aporta iluminaciones útiles. En cambio, la poesía del estadounidense Wallace Stevens se cita de modo recurrente y para beneficio de la argumentación."