Publicado en Revista APdeBA
"La muerte de José Luis Etcheverry enluta al psicoanálisis, a la psiquiatría, a la psicología y a la cultura argentina. Hombre modesto y sabio, su erudición, su empeño y su riguroso dominio de las lenguas, el español, el francés, el inglés, el alemán, el portugués, el italiano, hicieron de él una persona realmente insustituible. Amigo de los autores y de los lectores, amigo de los libros, realizó a través de sus años de trabajo para Amorrortu Editores una tarea silenciosa y sin fallas, que empezó hacia 1970 y lo sobrevivirá por mucho tiempo. Su ópera magna fue sin duda la traducción al castellano de las Obras Completas de Sigmund Freud, que inició en 1976 y le llevó unos cuatro años. Respetó a Freud y su lenguaje con inteligencia y cuidadosamente, no eludió los enigmas del texto originario y se apoyó, también, en la traducción inglesa de James Strachey, sin ceder nunca a los recursos fáciles de nuestro idioma, porque fue siempre traduttore y nunca ‘traditore’. Gracias a él disponemos de una versión castellana segura, confiable y rigurosa de los escritos del creador del psicoanálisis. La filosofía y la ética de la traducción, así como la forma de llevarla a cabo se exponen en su libro Sobre la versión castellana, que apareció en 1978. La consigna de Etcheverry es: El texto de Freud, y sólo el texto de Freud. Apoyado no sólo en Strachey, sino también en la biografía de Jones, en el Vocabulaire de la psychanalyse de Laplanche y Pontalis y en las traducciones de Luis López Ballesteros y de Torres y de Ludovico Rosenthal, Etcheverry produce una traducción, que es fiel y original al mismo tiempo. Para lograrlo, José Luis recurrió también a los autores que pueden dar cuenta del ambiente cultural en que Freud se instaló, desde Kant, a Schelling, Herbart, Fechner y tantos más que establecen el entramado donde debe ubicarse el texto freudiano. Etcheverry va en busca de una literalidad problemática, es decir, “una fidelidad al original atenta a los problemas interpretativos que el texto mismo plantea”. Lo veo todavía en su escritorio atiborrado de libros y de pruebas, siempre sonriente y afable, siempre dispuesto a escuchar, a aprender y a explicar. Aunque su modestia no se lo permitiera, enseñaba continuamente. Era un gusto estar con él, conversar con él, escucharlo. Joven todavía, tenía al morir 57 años, lleno de entusiasmo y con esa persistencia vasca en el empeño, sufrió de golpe una enfermedad cruel, que enfrentó con todo valor y plena conciencia. No bajó frente a ella los brazos, como no los bajaba nunca frente a las dificultades de su labor. Trabajó hasta la hora de su muerte. Etcheverry nació en 1942, en Laprida, provincia de Buenos Aires, y llegó a esta ciudad de adolescente. Estudió en la Facultad de Filosofía y Letras, de la UBA, donde no llegó a recibirse. Allí conoció a María Angélica Aráoz y con ella se casó en 1961, siendo ambos muy jóvenes. José Luis y María Angélica tuvieron tres hijos: el mayor se llama José Luis, como el padre, y es músico; Javier es físico; y Jimena, la menor, química. Ellos lo lloran ahora, como todos los hombres y mujeres cultos de nuestra ciudad. Tienen por cierto el consuelo de haber estado junto a un hombre de valor, ejemplar y bondadoso. Los acompaño en su dolor, lo mismo que a mi tocayo Horacio y a todos sus compañeros de Amorrortu. Lo acompañará siempre nuestra gratitud y nuestro cariño. No lo olvidaremos. Como amigo y como vasco, debo decir sobriamente que lo quiero mucho."