Publicado en La Nación - Suplemento Cultura
"Presentación de Sacher-Masoch es sin duda el libro de Deleuze más conocido en el mundo. Y es también el libro en el que todo buen rastreador de la obra deleuziana ve perfilarse la noción de diferencia, que será desarrollada en Diferencia y repetición , donde se compacta, efectivamente, el corazón de toda su filosofía. A lo largo de su trayectoria, Deleuze se dejó interrogar por la literatura, a la que nunca llegó en busca de la demostración de una tesis y en la que siempre encontró un incentivo para generar ideas. ""El pensamiento no es nada sin algo que fuerce a pensar"" -escribió en 1964 en Proust y los signos , su primer gran libro sobre literatura- y más importante que el filósofo, decía, es el escritor que lo ""fuerza a pensar"". Que lo ""haya forzado"" a pensar, en 1967, el escritor cuyo nombre dio lugar a la denominación ""masoquismo"", es una de esas humoradas del azar que entretejen un destino. El destino de una idea, en todo caso, que Deleuze siguió variando y modulando constantemente y en torno a la cual giran sus artículos recopilados en Crítica y clínica (1993): más cercano al médico que al enfermo, el escritor agrupa síntomas hasta entonces disociados, genera una nueva sintomatología y le da también, eventualmente, un nombre propio. La idea del artista como médico-enfermo de una civilización, tan cara a Nietzsche, es afinada por Deleuze en sus múltiples recorridos de pensamiento. En el caso de Sacher-Masoch y de Sade, sintomatólogos por excelencia, constructores de los cuadros clínicos que Krafft-Ebing bautizó, en su Psychopathia sexualis , ""masoquismo"" y ""sadismo"", se trata también -escribe Deleuze en la Presentación... - de grandes artistas, ya que crean una literatura ""pornológica"" que conecta al lenguaje ""con una suerte de Ôno lenguaje´ (la violencia que no habla, el erotismo del que no se habla)"", es decir, con su propio límite. La posteridad les reservó a ambos, sin embargo, destinos muy disímiles: la obra de Sade se transformó en un referente obligado en los estudios literarios y en la clínica, mientras que la obra de Masoch (celebrado en su época como ""el Turgueniev de la pequeña Rusia"") fue injustamente olvidada, así como su singularidad ""clínica"" quedó atrapada en la entidad ""sadomasoquista"", encerrada en una complementariedad a partir de la cual se deduce al masoquismo del sadismo, a Masoch de Sade. En el prólogo del libro, Deleuze repara el olvido inmerecido en que cayó la ""importante e insólita"" obra de Masoch y recuerda los principales datos de su vida. Seguidamente desarrolla, con la concisión sin concesiones que caracteriza a su estilo, once tesis en las que opone a la supuesta unidad complementaria del ""sadomasoquismo"" -prejuicio teórico que, a su modo de ver, empañó la comprensión del tema en los campos de la psiquiatría y el psicoanálisis- el análisis de los rasgos diferenciales que singularizan a ambas entidades clínicas, iniciando el recorrido por ""un punto situado fuera de la clínica, el punto literario , desde donde fueron nombradas las perversiones"", ese punto en el que se conforma la sintomalogía que es, siempre, ""cuestión de arte"". Atento al arte de ambos escritores, Deleuze considera sus lenguajes. Recuerda que las descripciones de las escenas perversas en Sade, provocativas y obscenas, desembocan siempre en demostraciones acerca de la violencia y el erotismo, expuestas con la frialdad que caracteriza a ""la famosa apatía del libertino, la sangre fría del pornólogo"". La función imperativa y descriptiva se supera así hacia una pura función demostrativa que es casi ""un delirio propio de la razón"". En Masoch, en cambio, cuyas descripciones pueden considerarse incluso muy ""decentes"", las argumentaciones buscan persuadir, y hasta educar, y desembocan en interpretaciones históricas, míticas e idealistas. En cuanto a los personajes, allí donde el frío ""instructor"" sádico compele a la reiteración mecánica, acumulativa y acelerada de la experiencia perversa, el ""educador"" masoquista, que inicia siempre a quien debe castigarlo, lleva la experiencia de la espera al colmo del suspenso estético y dramático. Esta diferencia de tempo se conecta con la diferencia entre la ""proyección"" del sádico, cuyo placer resulta del dolor que deben experimentar otros personajes, y la ""espera"" del masoquista, que siente el dolor como la espera y la condición -no la causa- del placer que le aguarda. Tal es la diferencia formal en los modos de asociación placer-dolor en ambas perversiones, según Deleuze, diferencia que no se reduce a la simple oposición sufrir/infligir dolor -en la que supuestamente se pueden intercambiar los roles- que alimenta la seudounidad ""sadomasoquista"" generalmente admitida. También se admite que la imagen del padre es decisiva en el masoquismo porque lo es, efectivamente, en el sadismo, y Deleuze analiza finamente el fantasma del masoquista para mostrar que su ideal es, por el contrario, la ""madre oral"" que asume, transforma y sublima ""el conjunto de las demás imágenes de mujer"". En nombre del padre y en nombre de la madre el sádico y el masoquista transgreden la ley y la destituyen, el primero con ironía, el segundo con humor. En el caso de la ironía sádica, ""la ley es superada hacia un más alto principio"", que no es precisamente la idea del Bien sino la del Mal, el mal absoluto, principio que gobierna ""las instituciones anárquicas de movimiento perpetuo y de revolución permanente"" proclamadas por Sade. El masoquista ""no destituye a la ley irónicamente por ascenso hacia un más alto principio"" sino que ""desciende de la ley a sus consecuencias"", sortea a la ley (que considera como un proceso punitivo) humorísticamente, oblicuamente, haciéndose aplicar la punición, ""y en esta punición padecida encuentra, paradójicamente, una razón que lo autoriza y que incluso le ordena experimentar el placer que la ley estaba supuestamente encargada de prohibirle"". Con éstos y muchos otros argumentos, Deleuze desbroza las diferencias entre el sadismo y el masoquismo y afirma la singularidad de cada una de las entidades en esta Presentación... en la que examina también más de una noción freudiana, revaloriza las tesis de Theodor Reik sobre el tema y anticipa ciertos puntos que serán retomados en su primer ""gran"" libro de filosofía, Diferencia y repetición (1968). Quien se detenga en esta Presentación... , impulsado por un interés filosófico, psicoanalítico, literario, o simplemente por el desafío de confrontarse con el pensamiento audaz, exquisitamente original, de Deleuze, no se verá defraudado. Esta nueva edición de un libro que hace mucho tiempo dejó de circular en nuestro medio, que nos llega en una nueva e impecable traducción y que incluye los tres Apéndices que completan la edición original en francés (no así la novela de Sacher-Masoch, La venus de las pieles , que el volumen francés incluía) merece una cálida bienvenida. Merece, además, la lectura atenta que suscita la reflexión refinada de Deleuze y, simultáneamente, la lectura transgresiva que él ejerce, espera e inspira."