Publicado en Revista Ñ - Diario Clarín
"Alguna vez, el cineasta franco-suizo Jean-Luc Godard dijo que era imposible filmar el acto sexual. La prosperidad del porno, acrecentado por los dispositivos digitales de última generación y la recepción de los resultados, convenientemente calculados, parecieran desmentir aquel aserto. Pero Godard no estaba hablando de política explícita sino de una cuestión técnico-existencial por medio de la cual volvía a jaquear las pretensiones documentales de ciertos géneros –ni hablar del porno, sin dejar por supuesto, de hablar de política. ¿Por qué imposible entonces? Porque estetizado o no, la visión del fornicio, y sus eventuales efectos en el mirón, jamás alanzarán a representar el goce de los partenaires. En este punto podría decirse más o menos lo mismo del resto de las prácticas artísticas, exceptuando, quizás, a la pintura y a la escultura, capaces de fijar momentos de excepción en la gestualidad sobre los que la fotografía, por ejemplo, se repite sin mayor ambigüedad. La mecánica o la hidráulica es pasión del mirón, pero no del artista en su arte, tampoco del psicoanalista en su escucha, ni del filósofo en su invención, con prescindencia de excitaciones constantes u ocasionales. L’Etourdit (“El Atolondradicho”) es un texto de Jacques Lacan publicado en 1973 en el número 4 de la revista Scilicet, y reeditado en 2001 en Autres écrits. Forjado a la luz del seminario Aún, reúne una serie de dichos “bajo una forma sumamente compacta”, al decir de los comentaristas, entre otras, la que da título a este volumen y otras como “la mujer no existe”, “el amor suple la ausencia de relación sexual”, “el lenguaje es una elucubración del saber sobre la lengua” y más. Lacan provoca a su auditorio, formaliza sistemáticamente su experiencia clínica, vuelve a recoger el guante freudiano (¿qué quiere una mujer?), expone paradojas entre las cuales “no hay relación sexual” descubre la diferencia sexual por un pasaje que si fuera posible, se aleja del canon edípico para clavar una pica en un continente desconocido a medias; Freud lo había nombrado como pulsión de muerte en otro orden de la teoría. En No hay relación sexual. Dos lecciones sobre el L’Etourdit de Lacan, Alain Badiou y Barbara Cassin, sin embargo, no se ocupan de las consecuencias clínicas de esos hallazgos sino de filosofía. “Lo que proponemos es de naturaleza muy distinta. La cuestión pasa por pensar ‘con’ ese texto, a través de él, por entalladura y extracción, sobre temas que le son caros: el del lenguaje y la crítica del a ontología en su relación constituyente y sexuada con la escritura, en el caso de Barbara Cassin; el de las arduas relaciones entre psicoanálisis y filosofía, en el caso de Alain Badiou”, advierten Cassin y Badiou. Edipo y después Es decir, dan por supuestas las inquisiciones que un lector profano podría hacerse por ejemplo, frente a la contundencia de la fórmula “no hay relación sexual”. ¿Qué quiere decir Lacan cuando dice que “no hay relación sexual”? En una primera lectura, de superficie, que no existe la proporción entre los sexos, lo que no impide que exista el acto sexual. Pero entender a qué se refiere el psicoanalista francés con la palabra proporción implica saber que su antecesor vienés, años antes, construyó, el mito de Edipo, el Edipo, la castración como motivo de pasaje y restricción de identificaciones a expensas del perverso polimorfo de “origen”: hombres y mujeres “traumatizados” después del corte, dispuestos a unas relaciones sociales sin mayores complicaciones que sin saber demasiado, saben que existe la diferencia sexual. Si el equivalente general es el falo, tenerlo no es garantía de no perderlo. Cuando la cosa no funciona, es cuando Freud detecta que la llamada envidia del pene es una solución de compromiso: qué cosa es eso que la mujer rechaza o ignora, y que suele despachar con protocolos morales de la época de Ibsen. A la identificación freudiana, Lacan responde con la sexuación: cada quien goza a su modo, pero ese modo, en la mujer, no está regulado por el patrón fálico (el falocentrismo feminista). Sobre ese colchón sintomático conjeturan Barbara Cassin y Alain Badiou, claro que sin las complicaciones diarias de la práctica analítica. Badiou se pregunta –entorno a esta pregunta gira su argumentación- por la posibilidad de que el psicoanálisis sea capaz de llevar el equívoco del lenguaje (desontologizado por estructura) a una formalización, que por definición es unívoca? El resto de un análisis Largos rodeos entre verdad, sentido, real y saber lo hacen concluir que la única posibilidad, la que acaso le dé la razón, es que esa formalización matemática, transmisible, cristalina, sea un vacío que pueda leerse aprés-coup como el resto de una análisis; es decir, como un real, la nada misma, que se soporta anudado a una serie de ilusiones; ilusiones preformativas en la argumentación de Cassin, que dan cuenta del cambio de posición del analizante, cuando pasa del esquema de la tensión y de la descarga y entra en un espacio de intimidad, donde lo que sobreviene no es la puesta en relación de dos intimidades sino, por el contrario, la relación misma en tanto que intimidad. Es el adentro de forma tal que ya no hay adentro más adelante o más al fondo. Incluso para los filósofos, con la diferencia (sexual) que ese infinito que abre el goce femenino es inalcanzable para el hombre, integrado a sí mismo por una razón que lo “limita” a su condición, ignorante, como su partenaire, de ese goce que la “autoriza” a ir más allá de la regulación fálica, en acto o en potencia. Lo que además obligaría a pensar cómo se organiza un espacio público donde, a la luz de los resultados y la historia, asociarse a ese otro, la mujer, seguramente no era ni es lo peor, y no debió serlo nunca."