Publicado en Estudios Filosóficos-N°167
Esta obra consta de un ensayo de Rorty, otro de Habermas y finalmente, de la respuesta de Rorty a Habermas. En el primero, “Universalidad y verdad”, Rorty defiende que la verdad no es relevante para la política democrática: en ella hay que atenerse a la justificación. Y basa su afirmación en su pragmatismo, a saber, en que las creencias son hábitos de acción más que intentos de correspondencia con la realidad. Por ello, Rorty rechaza la idea de Putnam, Apel y Habermas (que toman de Peirce) de la convergencia en la verdad única, un carácter trascendente de validez universal: una estrategia discursiva sólo puede ser trascendida por otra estrategia discursiva que apunte a objetos diferentes y mejores. Rorty afirma que la idea de juegos de lenguaje incompatibles es una ficción inútil: siempre se puede encontrar un camino para debatir las diferencias. La democracia es el sistema preferible, en su opinión, porque nos permite construir contextos de discusión siempre mayores, pero cree a diferencia de Wellmer, que esa razón es una justificación para nosotros, no una justificación sin más. Mas Rorty no cree que se puedan establecer diferencias entre justificación para nosotros o justificación sin más. Por su parte Habermas, en “el giro pragmático de Richard Rorty”, examina el antiplatonismo de éste y su rechazo de la mente como espejo de la naturaleza. Habermas considera que, en la perspectiva de Rorty, “estar en contacto con la realidad” ha de traducirse como “estar en contacto con una comunidad humana”, de tal modo que la intuición realista, a la que el mentalismo quería hacer justicia con su espejo de la naturaleza y su correspondencia entre representación y objeto representado, desaparece completamente. Con el giro epistémico, según Habermas, la autoridad epistémica de la primera persona del singular, que examina su yo interno, es desplazada por la primera persona del plural, por el “nosotros” de una comunidad de comunicación ante la cual cada persona justifica sus opiniones. Con esto, la intersubjetividad que llega a un entendimiento reemplaza a la objetividad de la experiencia. Habermas reflexiona sobre la desfundamentación que supone el pensamiento nominalista y del giro lingüístico, donde la intersubjetividad, supuestamente con un anclaje ontológico en la realidad, deja paso al carácter compartido del lenguaje como condición previa de todo entendimiento. Mas la idea de verdad como coherencia que subyace a este planeamiento no le sirve a Habermas, que opta por la idea de verdad como validez incondicional. Sólo la presuposición de un único mundo objetivo nos permite volver compatible la validez incondicional de la verdad con una comprensión falible del conocimiento. Por eso, para Habermas el proceso de justificación puede ser guiado por una noción de verdad que trasciende la justificación, aunque sea siempre ya efectiva operativamente en el reino de la acción. Finalmente, en la “Respuesta a Jürgen Habermas”, Rorty insiste en su idea contextualista y niega la posibilidad de un público ideal, que equipara a la evasión de la finitud criticada por Heidegger. Cuando uno llega al final de esta obrita, en el que los dos autores se emplean a fondo para defender sus posiciones ante el coloso que tienen enfrente, llega a la conclusión de que ambos tienen razón, pero no la tienen toda, si bien, uno de ellos ha jugado mejor su juego. ¿Dependerá de cada lector la decisión sobre el ganador?