Publicado en Clarín - Suplemento de Cultura
El crepúsculo de la Escuela de Francfort (Adorno, Benjamin, Marcuse, etc.) y el agotamiento del marxismo occidental (Sartre, Lefèbvre, Althusser, Della Volpe) parecían haber dejado en los estudios de la cultura contemporánea un vacío difícil de llenar. El capitalismo triunfante impuso en la órbita de la teoría social y la cultura sus heteróclitas pero siempre recicladas formas de complacencia y adecuación.Del marxismo occidental, escasos rastros. En Italia, Lucio Colletti (discípulo de Galvano Della Volpe) abandonó el marxismo y el socialismo para volcarse hacia la derecha de Berlusconi, mientras en Francia algunos jóvenes discípulos de Louis Althusser cruzaron el charco haciendo suyo un anticomunismo tipo guerra fría. Se bautizaron los nuevos filósofos. Sólo la obra de Simone de Beauvoir logró sobrevivir en el seno del feminismo. De la Escuela de Francfort, en cambio, sí quedaron huellas abundantes. Aunque en EE.UU. sus conclusiones fueron incorporadas -sordina y anestesia mediante- a los llamados estudios culturales sobre la raza, la identidad y el género, siempre proclives a la dispersión posmoderna. Por contraste, en Alemania, la herencia se mantuvo viva en la pluma de Habermas, aunque a costa de un discurso ilustrado cada vez más moderado y timorato.Cuando todo parecía desolado y muerto y el pensamiento débil de la posmodernidad se disponía a reinar, tres mosqueteros volvieron a meter el dedo en la llaga. No son franceses, como los de Alejandro Dumas, sino anglosajones.El primero y el más renombrado de la tríada es el estadounidense Fredric Jameson, autor del célebre El posmodernismo, o la lógica cultural del capitalismo tardío. Jameson ha sido el primero en penetrar -con cuentagotas- el muro de la Academia en la Argentina, aun cuando allí nunca se mencionen sus posiciones políticas radicales ni su amistad con la revolución cubana. El segundo es el británico Terry Eagleton, discípulo de Raymond Williams y profesor de literatura inglesa en la Universidad de Oxford. Eagleton es autor de Las ilusiones del posmodernismo, texto que representa una crítica mucho más virulenta y terminante que la de Jameson.A mitad de camino de ambos se ubica el tercero y menos conocido de todos: David Harvey. Geógrafo de la Universidad John Hopkins y de Oxford, Harvey ha logrado conjugar la actitud comprensiva de Jameson con el ademán impugnador de Eagleton, intentando descifrar las condiciones históricas, geográficas, económicas, culturales e ideológicas que posibilitaron la emergencia del posmodernismo.Todo el impulso de Harvey retoma y utiliza la misma perspectiva que guió a Jameson y a Eagleton: el ángulo totalizante. A contramano de estas dos últimas décadas, cuando en las ciencias sociales predominaron los fragmentos y los quiebres, Harvey nos invita a pensar el mundo actual como una totalidad. De allí que su libro penetre en registros tan variados como la literatura, la poesía, la pintura, la arquitectura, el cine, la economía, la teoría del Estado, la geografía y la informática.Lejos entonces de los apologistas baratos y de los impugnadores que se limitan al insulto meramente ideológico, Harvey intenta comprender la historicidad que condicionó el nacimiento de la posmodernidad. Un viejo pero no por ello caduco anhelo, nos confiesa, del materialismo histórico marxista, corriente que él se propone renovar de manera creadora.Para ello parte de un ensayo de Baudelaire, quien definió la modernidad como una de las dos mitades del arte: aquella que subraya lo efímero, lo veloz, lo contingente. La tesis central de Harvey apunta a demostrar que el posmodernismo no implica entonces una ruptura total con la modernidad sino que es apenas una crisis particular dentro del modernismo. Un modernismo que, se apresura a aclarar, nunca fue homogéneo como suponen sus críticos más improvisados.En su óptica, lo más rico del posmodernismo reside en que abre el juego a otras voces (negros, mujeres, homosexuales, etc.), pero al mismo tiempo -y aquí Harvey deja caer sus fuertes cuestionamientos- cierra y cancela inmediatamente esa alteridad al recluir a esos movimientos sociales en nuevos guetos desautorizando cualquier impugnación global de la sociedad. Conclusiones abonadas por un repertorio previo de polémicas (por su estetización de la política) con Lyotard, Barthes, Heidegger e incluso Foucault.ran parte de la preocupación de Harvey gira en torno de las transformaciones que el capitalismo generó en el ámbito espacial y en el temporal. Harvey arriesga una nueva definición: La posmodernidad es una condición histórico-geográfica determinada y sólo el materialismo histórico permitiría comprender sus condiciones en tanto mutación cultural.Si los filósofos posmodernos fueron difundidos en nuestro país hasta la saturación, sería interesante rastrear atentamente el modo en que los circuitos locales se apropiarán de esta nueva obra. Un ensayo sumamente corrosivo y apabullante que no se merece terminar digerido y masticado a gusto del consumidor.