¿Qué aporta el pensamiento de Marcuse al hombre actual y al interrogante que este se plantea acerca de sí mismo? En primer lugar, se hace eco de esta interrogación. Condena con él -tanto con el economista o el sociólogo como con el hombre de la calle- los abusos y chapucerías de la sociedad moderna. Marcuse observa todo y nada le es extraño. Le parece oír cómo sube desde la muchedumbre moderna, anónima y resignada, colmada de bienes y sin embargo embrutecida, algo así como una sorda queja, un inmenso deseo de liberación. Nos invita a cuestionar el Logos tecnológico y a afirmar la necesidad de profundos cambios sociales, así como de una mutación interior de cada uno de nosotros. Sin embargo -sostiene Masset- a una pregunta punzante sobre el hombre, sólo ofrece una respuesta desalentadora: remite el problema del hombre al problema de la civilización, y este a aquel, y ambos a la utopía. De esta manera el hombre debe volver a su infelicidad y la civilización solo puede elegir entre la alineación represiva, la barbarie y la utopía.