Publicado en La Nación - Suplemento Cultura
"Iniciador y máximo representante de la epistemología de las ciencias de tradición francesa, tuvo un itinerario sinuoso y atípico: fue maestro, empleado de Correos, interrumpió sus estudios de ingeniería en Telégrafos para participar en la Primera Guerra Mundial (pasó casi cinco años en el frente) y desde 1919 hasta 1930 fue profesor de física y química en el Collège de su ciudad natal, donde defendió su tesis doctoral (Ensayo sobre el conocimiento aproximado, 1928), publicada casi simultáneamente con otros dos libros. Después de años dedicados a la ciencia, comenzó su carrera universitaria a los 46 años en la facultad de Letras de la Universidad de Dijon, donde fue profesor de Filosofía desde 1930 hasta 1940, década prolífica en la que publicó unas nueve obras entre las que se cuentan La formación del espíritu científico, La filosofía del no y El psicoanálisis de fuego, libro que inicia su vertiente psicológico-poética. La dualidad de sus intereses lo llevó a concebir una obra sumamente original, en una suerte de contrapunto epistemológico-poético que no tiene parangón. Cuando fue nombrado, en 1940, profesor de Historia y Filosofía de las Ciencias en la Sorbona y director del Instituto de Historia de las Ciencias y las Técnicas (en ambos cargos, que ocupó hasta 1955, sería reemplazado por Georges Canguilhem), dio libre curso a su exploración del imaginario en libros que mecieron a más de una generación -tales como El agua y los sueños-, para retomar luego su obra epistemológica con uno de sus libros más importantes, El racionalismo aplicado, al que siguieron otros. Al retirarse de sus cargos se sumergió en La poética del espacio, en La poética de la ensoñación, y recordó con nostalgia los tiempos en que leía bajo una luz titilante en La llama de una vela, donde exclama: ""¡Yo estudio! No soy más que el sujeto del verbo estudiar. A pensar, no me atrevo. Antes de pensar, hay que estudiar. Sólo los filósofos piensan antes de estudiar"". Con esta cita en la que se desliza su crítica a la filosofía idealista comienza la Presentación de Estudios, donde Canguilhem recopila cinco trabajos que Bachelard publicó entre 1931 y 1934, cuando todavía no era tan conocido. En el primer artículo, ""Noúmeno y microfísica"", está ya presente una de las estrategias básicas de Bachelard, que consiste en sustraerle términos a la filosofía de corte idealista y en desplazar su significado hacia el campo semántico de la ciencia. Es así como utiliza el término ""metafísica"" en el sentido literal de ""más allá de la física"" (y ""más allá"" está la microfísica) y aplica el término ""noúmeno"" (que en la perspectiva kantiana se contrapone al ""fenómeno"" y significa algo que no es un objeto de nuestra intuición sensible, o bien algo que es objeto de una intuición no sensible) a las estructuras que la física matemática descubre más allá del campo de lo observable. La ensoñación, la representación, la visión, las ilusiones y las percepciones son tratadas en ""El mundo como capricho y miniatura"", texto escrito en primera persona en el que despunta la veta poética del autor, que compara al mundo de la ensoñación con una ""miniatura"" que sólo puede ser representada por un trabajo de descomposición, de análisis, de puesta en juego de construcciones abstractas, y recupera al fin su mundo-miniatura ""saboreando el fruto prohibido de las alucinaciones liliputienses"". En ""Luz y sustancia"", el artículo más largo y complejo del volumen, está implícita una de las nociones más importantes de Bachelard, la de ""obstáculo epistemológico"", representado en la argumentación -que toma como ejemplo la historia de la fotoquímica y la colorea con la cándida concepción de la luz en Schopenhauer- por el pensamiento sustancialista y el realismo inocente que pueden obstaculizar el avance de la ciencia. En ""Crítica preliminar del concepto de frontera epistemológica"", Bachelard descalifica toda pretensión filosófica de ponerle límites a la ciencia, esboza una idea que manifestará ese mismo año en La formación del espíritu científico -que ""la ciencia crea la filosofía""-, declara que ""hablar de fronteras"" es tan inútil en química como en poesía y apuesta a la ""trascendencia"" entendida estratégicamente como ""transgresión de fronteras"". La dialéctica objetivación-subjetivación que precede a toda empresa de pensamiento es el eje y la gran interrogación del último artículo del volumen, ""Idealismo discursivo"", donde se destaca el valor productivo del ""error"" y el de las ""renuncias"". Finalmente -escribe-, ""sólo en el relato de mis renuncias adquiero para el otro una apariencia objetiva [...]. De hecho, no somos originales sino por nuestras faltas. [...] El esfuerzo metafísico de captar el ser en nosotros mismos es, pues, una perspectiva de renuncias. ¿Dónde encontrar entonces el sujeto puro? ¿Cómo puedo definirme al término de una meditación en la que no he cesado de deformar mi pensamiento? Esto no puede ocurrir más que prosiguiendo esta deformación hasta el límite: soy el límite de mis ilusiones perdidas"". Hermoso y vacilante final para el fin del artículo y de la compilación de estas prístinas ""joyas"" -pulidamente traducidas por Irene Agoff-, tan aptas para iniciar al pensamiento de Bachelard como para hacerle saborear a sus lectores, ""como un fruto prohibido"", la arqueología del pensamiento de este gran epistemólogo y poeta que ya había sido objeto de sustanciosos estudios cuando, después de una corta enfermedad, en 1962, apagó la llama de la vela y dejó de estudiar."